viernes, 13 de abril de 2012

La orden de la Merced: Asistencia a Presos y Ajusticiados.





A continuación os dejamos con el artículo elaborado por f. Mario Alonso, sobre su Orden de la Merced y la relación con reos, presos y ajusticiados y su carisma de ayuda y redención, que aperecerá en breve en su revista "Caminos de Liberación"



Este año nuestra Hermandad, heredera de esa tradición pues fue fundada en el seno de esta orden, no ha logrado el indulto para los presos propuestos, quizás quede en anécdota, quizás es difícil cumplir lo requisitos exigidos, no sabemos la causa real... lo que tendría que estar siempre presente en nuestra hermandad es ese carisma al estilo mercedario, donde siempre estemos atentos para ayudar no sólo al "reo", también a nuestro prójimo más cercano, al hermano y al cofrade.

La MERCED y su ASISTENCIA a PRESOS y AJUSTICIADOS
Su reflejo en una pintura de Gutiérrez Solana

Mario ALONSO AGUADO

En los últimos siglos existe una paulatina identificación del carisma mercedario de redención de cautivos con aquellos que yacen confinados en los presidios faltos de libertad. La Virgen de la Merced, considerada patrona de las prisiones, logró que sus hijos encauzasen el ideal redentor de San Pedro Nolasco al mundo de las cárceles. En la actualidad los religiosos mercedarios asisten, corporal y espiritualmente, a los presos; en el pasado incluían también a todos aquellos apresados que iban a ser ajusticiados.



De toda esta realidad, se han hecho eco la literatura, las bellas artes, las festividades, el mundo de las devociones y liturgias, etc. Por poner solo algunos ejemplos: Benito Pérez Galdós, aquel novelista decimonónico que retrató magistralmente la España de su época, describe en uno de sus Episodios Nacionales, “El Terror” de 1824, al P. Alelí, fraile de la Merced, afirmando que “acostumbraba el buen sacerdote visitar a los presos para consolarlos y oírles en confesión, y frecuentemente pasaba largos ratos con alguno de ellos hablando de cosas festivas, con lo cual se amenguaban las tristezas de la cárcel”.



Por su parte, Concepción Arenal, escritora, socióloga y activista en pro de los presos, recoge la noticia en, Artículos sobre beneficencia y prisiones, de que el 2 de febrero de 1882 se inaugura un Patronato y Asociación para mujeres presas en la iglesia de la Merced de Barcelona, asistiendo el obispo diocesano y poniendo a la Virgen de la Merced como protectora de dicha asociación.



La devoción a la Virgen redentora como patrona de los presos fue extendiéndose rápidamente, a la vista tenemos un recorte de prensa, El Castellano, 13-IX-1922, donde dice que, ya el año anterior, en la iglesia toledana de Santa Leocadia, donde se venera una bella imagen de María de la Merced, procedente del antiguo convento mercedario de la ciudad Imperial, “varias familias de los prisioneros españoles en África y otras muchas personas interesadas por espíritu cristiano en la suerte de nuestros cautivos, contribuyeron con sus limosnas para celebrar algunos cultos especiales en honra a Nuestra Señora de la Merced”.



Este patrocinio se oficializó civilmente ya en 1939. La Virgen de la Merced fue declarada patrona de las prisiones de España el 27 de abril de dicho año, siendo Ministro de Justicia el Conde de Rodezno, y Director General de Prisiones don Máximo Cuervo. Sirva este amplio preámbulo para contextuar y mejor comprender la siguiente obra de arte que a continuación pasamos a analizar.


El autor de la obra es José Gutiérrez Solana (1886-1945), polifacético escritor, grabador, dibujante y uno de los grandes pintores de la primera mitad del siglo XX, representante junto a Zuloaga de la llamada España negra, enfrentada a esa otra España blanca, la que representan las pinturas de Joaquín Sorolla. Sus lienzos contraponen la oscuridad y la luz en pueblos olvidados o en arrabales urbanos. Sus pinturas trasmiten una profunda religiosidad, retratando los gustos, las fiestas y diversiones populares, la semana santa y sus penitentes enlutados, el carnaval y sus máscaras grotescas, el arte, la violencia y la sangre en los ruedos… motivos que se repiten una y otra vez con variantes iconográficas. Solana no se limita a copiar del natural, ni tan siquiera a evocar aquello que ve, él mira subjetivamente, de forma insistente, trasmitiendo con su paleta y su pincel la cara más siniestra y trágica, más pobre y amarga del mundo, lograda a través de deformantes y alucinados manchones. Subyace en su pintura el mensaje profundo de la transitoriedad de la vida y la inutilidad de la vanidad humana. La muerte se erige, por ello, en protagonista, y explica la negrura y el pesimismo que traspira toda su obra. Su contemplación nos lleva hasta las pinturas negras de Goya, hundiendo sus raíces en Valdés Leal y en las danzas medievales de la muerte.
El óleo que queremos presentar lleva por título Garrote vil, obra de 1931, convulso año en el que se proclamó la II República en España. Adquirida por el Gobierno francés en 1936, desde entonces se custodia en París, en el Museo de Arte Contemporáneo. La escena que representa tuvo lugar cerca del castillo de Alba de Tormes (Salamanca) en 1897, y recuerda a otras obras de igual título salidas de las manos de genios como Goya o Ramón Casas. Bajo un cielo tenebroso y bajo la amenaza de la torre siniestra de un castillo, se simultanean dos escenas de ejecución, un antes y un después que da dimensión temporal al cuadro. La magnífica composición prima el protagonismo de los tres personajes de la derecha, presentados en un primer plano. Sin duda, el que más destaca es el fraile mercedario que presta auxilio espiritual al preso que será ejecutado, condenado a muerte mediante garrote vil, al tiempo que muestra y señala, con su dedo índice de su mano derecha, al crucificado, a Cristo Redentor. A su lado, el ya mencionado preso condenado, un pobre hombre atormentado y maniatado. Y junto a él un guardia civil con su característico tricornio y bigote. Los tres tienen rostros duros, rudos, quizá el más acentuado sea el del guardia civil. Los tres muestran una constante que se repite en otras obras de Solana: regusto por lo sombrío y desencanto vital, una filosofía que comparte con la generación literaria del 98. Son imágenes valleinclanescas que rayan lo esperpéntico. En el otro extremo del cuadro, en un plano más alejado, aparecen otros cinco guardias civiles a caballo, sus espadas levantadas logran mantener el orden; su función represora alcanza también a los espectadores que macabramente aguardan la ejecución. En la paleta, en medio de colores de tonos sombríos, ocres y verdosos, emerge el blanco hábito mercedario del fraile, incluyendo el escudo de la Merced en el escapulario. Color claro que tiene también la camisa del condenado y que contrasta vivamente con el amenazante color amarillento del cielo y con el amarillo fuerte de los correajes del uniforme del guardia. En suma, una pintura maestra que aborta la muerte como el último de los espectáculos ciudadanos al que asistimos, como un círculo dramático y sobrecogedor, en el que no existe posibilidad alguna de retorno.

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