martes, 26 de marzo de 2013

Lugares de Pasión: El Sepulcro

EL ENTIERRO DE CRISTO EN EL SEPULCRO:

“Lo descolgó, lo envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca…” (Lc 23,53)


Toda la multitud que se había congregado para el espectáculo, al ver lo sucedido, se volvía dándose golpes de pecho. Sus conocidos se mantenían a distancia, y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea lo observaban todo. Había un hombre llamado José, natural de Arimatea, ciudad de Judea. Pertenecía al Consejo, era justo y honrado y no había consentido en la decisión de los otros ni en su ejecución, y esperaba el reino de Dios. Acudió a Pilato y le pidió el cadáver de Jesús. Lo descolgó, lo envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca, en el que todavía no habían enterrado a nadie. Era el día de la preparación y estaba al caer el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea fueron detrás para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver. Se volvieron, prepararon aromas y ungüentos, y el sábado guardaron el descanso de precepto.


El espacio del silencio y de la espera. En el que parece que nada ocurre, (pero algo está germinando). El lugar del cansancio y cierta rendición. De una quietud callada.

Hay muchos espacios en nuestro mundo que se asemejan a este. Muchos lugares donde parece que se palpa la derrota… Pues bien, ese sepulcro en el que yace la Vida a punto de estallar, en el que la Palabra espera para volver a ser proclamada con estruendo, es hoy icono de esperanza para todas esas realidades vencidas y atravesadas, que siguen esperando que se haga la luz.


Señor, enséñame a esperar. A creer en las promesas, en tus promesas. Enséñame a sentir que, aunque no lo vea, la losa que cubre tantas realidades está a punto de romperse. Dame fe, Señor



¿Qué me queda por dar, dada mi vida?
Si semilla, aventada a otro surco,
si linfa, derramada en todo suelo,
si llama, en todo tenebrario ardida.
¿Qué me queda por dar, dada mi muerte
también? En cada sueño, en cada día;
mi muerte vertical, mi sorda muerte 

que nadie me la sabe todavía. 
¡Que me queda por dar, si por dar doy
—y porque es cosa mía, y desde ahora
si Dios no me sujeta o no me corta
las manos torpes — mi resurrección...!

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